Arequipa LA CIUDAD DEL LIBRO
Entre el 4 y el 14 de diciembre la ciudad de Arequipa se convertirá en el punto de diálogo y encuentro de escritores de la talla de Carlos Germán Belli, José Kozer, Raúl Zurita, Marco Antonio Campos, Rodolfo Hinostroza, Antonio Cisneros, Vladimir Herrera, Alonso Cueto, Miguel Gutiérrez, Luis Fernando Chueca, César Gutiérrez, Damaris Calderón, Ernesto Carrión, Paula Ilabaca, Luisa Fernanda Lindo, Paul Guillén, Mónica Belevan y Víctor Ruiz entre otros, quienes junto a humanistas como Julio Cottler, Aníbal Portocarrero, Henry Pease, Javier Villa Stein y Pepi Patrón. Celebrarán el III Festival del Libro, organizado por el Gobierno Regional de Arequipa.
Dicho evento contará también con la participación de figuras como Edgard Guillén y Magaly Solier, grupos de teatro como Teatro del Purgatorio (Bolivia) y De-cierto picante (Tacna). Se anuncian también exposiciones fotográficas, intervenciones urbanas, música electrónica y bandas de sicuris con el fin de convertir a la Ciudad Blanca en un espacio de cultura viva. Este evento abrirá una serie de actividades cuyo objetivo fundamental es el de volcar diversas manifestaciones culturales a los escenarios cotidianos –y a otros de la región- con el propósito de convertir Arequipa en la Ciudad del Libro.
1 comentarios:
Las botellas vacías al lado de la cama. Dos cigarrillos a medio fumar y el hijo viscoso del humo que danza en medio del cuarto vacío, a medias.
Las orillas de la cama sostienen en el borde al débil muchacho, que pese a tener toda la juventud del planeta, se siente más viejo que millones de matusalenes bíblicos, las revistas deshojadas cubren la cama revuelta por las lágrimas de toda una noche en vela. Y no era el fanatismo de sufrir por gusto, no era el fanatismo de sollozos gratis por cualquier niñería, no era el fácil arribo del dolor a sus días porque si, o porque lo quisieran tildar de niñato llorón y emodiarreico cuando la verdad se encontraba en el epílogo de los libros de Sartre?
Era fácil tomar el arma envuelta en papel periódico, o tomar el vaso de raticida puesto en pleno velador, o las pastillas ordenadas en formación de guerra al lado del vaso acusador.
La radio no dejaba de vomitar a un Morrissey que predicaba que todos los días son como domingo, contraste que hacía ver todo más tenebroso en aquel cuarto pintado de colores indescifrables, lleno de posters indescriptibles, rodeado de cosas inservibles, vacio en medio de tantas cosas innombrables.
Golpean salvajemente la puerta y el solo atina a levantar las cejas. Es la hora.
Quien se jacte de ser tan valeroso a puertas de aquel último viaje al olvido es un burdo falaz. Las piernas tiemblan como hojas secas al viento, los dientes rechinan como campanas sonando alocadamente, las manos revolotean entre sí como, pajarracos hambrientos despedazando a su victimas y el tic irreverente de los ojos cerrados.
Se abre lentamente la luz con los parpados semicerrados, es la luz que engendra el camino hacia la nada, es la luz que le da la llave a algún tipo de paraíso, es la luz que encierra toda la oscuridad y sapiencia de mil demonios encerrados en una sola palabra, es el nirvana de todo lo aberrantemente feliz, el némesis divino de palabras dichas a medias.
Llevo arrastrando sus pasos a la puerta que tambaleaba insistentemente tras los golpes que le eran propinados. Abrió lentamente y pudo constatar o que eran las pastillas/raticida/pistola/libros o era esto. Se aliso la rala cabellera y penetro en la oscuridad del callejón, siguiendo el hilo de luz que había tocado a su puerta tantas veces. Es el hilo de salvación que desde lejos lo había venido a buscar.
Sintió que sus carnes dejaban su esencia y que nacía nuevamente en su raíz, que las tardes y mañana ahora tomarían ese cariz que los ojos traicioneros le habían arrebatado, que las noches de conjuros se habían encargado de hacerle olvidar, que los talismanes recargados se habían dado al trabajo de ocultar.
Las llantas raspantes de aquel avión dejaron rápidamente la pista que reptaba a lo largo de sus malogrados metros, las turbinas se negaban a flaquear y el sentía que su pecho volvía a llenarse del frío aire del amanecer, a lo lejos podía ver los rayos de sol amazónicos bañando su olvido.
Que fácil resulta tantas veces tener las llaves a la mano y no tomarlas por puro masoquismo.
Publicar un comentario